¿Quiénes somos?

La Barra Mexicana, Colegio de Abogados se fundó en 1922 con el nombre de La Barra Mexicana de Abogados. Las bases que debían regirla se firmaron el 12 de octubre de ese año, en el marco de la clausura del Segundo Congreso Jurídico Nacional. Días después, el 29 de diciembre, la Asociación quedó formalmente constituida al firmar la escritura notables abogados de la época.

Su fundación se enmarca dentro de una vieja tradición, pues la primera asociación de abogados nació durante la etapa virreinal. En 1760 se fundó el Ilustre y Real Colegio de Abogados de México, primer Colegio de abogados y de profesionales en la Nueva España e incluso en Iberoamérica, que en 1829 cambió su nombre por el de Ilustre y Nacional Colegio de Abogados de México. Posteriormente, en 1886 se creó la Sociedad de Abogados de México, que se desintegró tras el estallido de la Revolución. De forma casi paralela, en 1890 se fundó la Academia Mexicana de Jurisprudencia y Legislación, que subsiste hasta nuestros días.

Dos décadas más tarde, en 1917, se creó la Orden Mexicana de Abogados, que diez años después se fusionó a la Barra Mexicana, tras un acuerdo firmado por los entonces presidentes de ambas agrupaciones, Alejandro Quijano y Ramón Prida, respectivamente. Los objetivos que debía cumplir la Barra Mexicana de Abogados se publicaron en el periódico Excélsior al día siguiente de la fundación. Como puede leerse en la cita que se transcribe a continuación. la organización debería observar los fines siguientes: … velar por el buen nombre de la profesión, defender los intereses colectivos del grupo, prestar a los asociados el apoyo moral de que hubieran menester en los casos que establezca el reglamento o acuerde la asamblea general o el Consejo; fomentar el espíritu de la justicia entre los particulares entre sí y en el de los funcionarios encargados de administrarla y procurar que el ejercicio de la abogacía no se aparte nunca de los estrictos preceptos de la moralidad y se ajuste a la doctrina de la ciencia jurídica.

Estos propósitos, que se reafirman en los estatutos, nos permiten concluir que la Asociación perseguía cuatro grandes metas. En primer lugar, buscaba defender los intereses individuales y colectivos de los asociados. Ello significa que asumía el carácter de un grupo de ayuda mutua, objeto que compartía con gran parte de las asociaciones de profesionales o trabajadores fundadas en el siglo XIX y en las primeras décadas del XX, y que en este caso exigía a los barristas que se brindaran asistencia moral e incluso legal.

En segundo término, la Barra se proponía vigilar el ejercicio de los abogados, procurando que se ajustara a las normas de la ley, a los valores del Derecho (como seguridad y justicia) y a los principios éticos, y velar por el decoro y la dignidad de la abogacía. Con ello, el Colegio pretendía corregir la actuación de algunos abogados, que habían generado una pésima opinión respecto al gremio. Esta visión negativa se refleja en otra de las notas publicadas por Excélsior:

Por desgracia la ética profesional, tratándose del ramo de los abogados, se encuentra por el suelo, el tinterillo, el crápula, el intrigante que acude a los chanchullos judiciales con la facilidad con que el político hace juegos malabaristas en las casillas electorales, el abogado que pospone su propia dignidad y su decoro al influjo del lucro, el que convencido de la injusticia de la causa que patrocina no vacila sin embargo en sujetar su magín a tortura para demorar indefinidamente la secuela del negocio, son por desgracia especimenes demasiado conocidos en nuestro medio…

No obstante, el redactor se mostraba optimista respecto a las posibilidades de cambio que abría la fundación de la Barra, asociación que le sirvió como pretexto para la redacción de la nota.

El tercer objetivo era vigilar la correcta aplicación del derecho y el respeto a la justicia. Por último, el Colegio se propuso fortalecer la cultura jurídica en el país.

Así como los objetivos, los barristas hicieron explícitos algunos de los mecanismos que emplearían para su cumplimiento. Por ejemplo, para fortalecer la cultura jurídica propusieron promover el estudio, la investigación y la difusión del Derecho, organizando seminarios o coloquios internos, así como reuniones y cursos abiertos a los interesados, además de asumir la publicación de la revista El Foro, que había aparecido pocos años antes de la fundación. Su postura era optimista incluso ante retos que parecían sobrepasar las posibilidades de la Asociación. Por ejemplo, velar por el decoro de la abogacía o luchar porque los abogados se ajustaran a la legalidad y observaran una conducta ética, pues ello implicaba incidir en el conjunto del gremio y no sólo en los abogados inscritos en la Barra. O bien, intentar que autoridades, funcionarios y jueces se ciñeran a la ley. ¿Cómo lograrlo? Los barristas confiaron en que la agrupación dotaría de mejores instrumentos a los abogados que se atrevieran a denunciar las irregularidades, además de otorgar a la denuncia un mayor peso moral y abrirle amplio espacio en la opinión pública, convirtiéndola en herramienta de presión. Así lo expresó Excélsior, en una nota publicada el 14 de octubre de 1922:

… con el establecimiento de la Barra Mexicana se crea ya una organización responsable para exigir con todo empeño y energía la responsabilidad que contraen por sus malos manejos los funcionarios y empleados judiciales; y si ahora un abogado individualmente se ve casi desprovisto para luchar contra la venalidad de los jueces, el caso de inmoralidad que hoy pasa inadvertido será objeto de una protesta eficaz de la agrupación seria y representativa que contenga dentro de sus filas a los abogados de más prestigio, de más honorabilidad y de más severa conciencia en la República.

Pero además, creían en su capacidad para influir en la moralización de los abogados y en la reducción de las prácticas corruptas. El redactor de Excélsior escribió al respecto:

En multitud de ocasiones se ha hecho alusión a lo prostituido que se encuentran los funcionarios encargados del ministerio de administrar justicia; se ha clamado en todos los tonos contra semejante relajamiento; pero los señores jueces en su defensa y los mismos litigantes han reconocido que ese mal también se encuentra, por desgracia, entre los abogados postulantes. Los jueces son cohechados; pero refrenarían su venalidad si no hubiese letrados que proponen vergonzosamente el soborno.

«Por último, consideraban que la creciente moralización del gremio incidiría también en el perfil de los jueces:

Los funcionarios judiciales salen necesariamente de la masa enorme de los abogados; y se precisa la moralización de este gremio para obtener a la postre personas más idóneas y caracterizadas que tengan a su cargo la delicadísima misión de impartir justicia conforme a los preceptos clásicos que le sirven de base:

«Honeste vivere; Neminem Laedere; Suum cuique tribuere».

Los objetivos se preservaron al paso del tiempo y algunos de ellos se han cumplido, aunque otros siguen representando un reto en el cual trabajan las comisiones de estudio y ejercicio profesional, que se dedican a estudiar y discutir temas jurídicos, así como analizar reformas legislativas y sentencias de los tribunales federales y locales.

Ahora bien, en un primer momento los barristas consideraron deseable que todos los asociados fueran abogados litigantes, de ahí el nombre de Barra. Como explica Enrique Pérez Verdía: «la barra era en Francia y en México una barrera -generalmente hecha de madera-, que en las salas de audiencia separaba a los jueces tanto de los abogados como del público. De ahí surgió la palabra barreau, que en español se tradujo como barra, y que recuerda a los abogados que ejercen su ministerio delante de un tribunal o de una Corte. «11 Sin embargo, con el transcurso del tiempo y reconociendo la diversificación del ejercicio profesional del abogado -como la docencia, la investigación, el servicio público o la judicatura- la Asociación ha acogido a otros profesionales del Derecho, a los que exige únicamente el título y la cédula profesionales, así como el reconocimiento a su conducta profesional.

A partir de la fundación y a lo largo de los siguientes cincuenta años el número de miembros creció de forma sostenida: en cifras aproximadas, para 1947 el Colegio contaba con 300 miembros, para 1957 con 500, y para 1971 con mi1. Sin embargo, el último número se mantuvo más o menos estable hasta la década de 1980. Este letargo se relaciona con un estancamiento en la participación de los barristas en la vida jurídica del país, que en opinión de Miguel Estrada y Sámano comenzó en los sesenta y se mantuvo por aproximadamente quince años, periodo en el cual «la Barra estaba inerte». La Asociación empezó a crecer numéricamente y a recuperar su espacio a fines de la década de 1970 y principios de la de 1980, hecho que Estrada y Sámano atribuye al fracaso del intento de asalto de la Barra por el oficialismo. Aguilar y Quevedo y varios más decidimos dar la pelea por la libertad, por la independencia del Colegio. Lo sorprendente es que ganamos, eso es formidable, ganamos. Ganada esa batalla, se logró salvar al Colegio como organización independiente, se recuperó el prestigio de la Asociación y se logró darle vida…

A partir de entonces la Barra ha seguido creciendo y actualmente cuenta con más de 3 000 asociados; al mismo tiempo, los barristas han vuelto a expresar su opinión en debates jurídicos y legales, y han recuperado o luchan por recuperar su espacio e influencia. Retomando, a lo largo de sus más de 80 años de vida la Barra mexicana ha tenido etapas de decaimiento junto a otras de gran actividad, de manera que el objetivo de esta obra es mostrar esa trayectoria analizando procesos internos importantes, o bien momentos en que los barristas tuvieron una participación destacada en debates o en la resolución de problemas fundamentales para el país.